¿Cogerle la vuelta a la cuarentena?

La pregunta se extiende entre las familias, los medios de comunicación, las colas organizadas o desorganizadas -de las dos hay en Guantánamo, todavía- y llega hasta nuestro ámbito profesional, desde la inquietud de los pacientes: ¿Por qué es tan difícil adaptarnos a la cuarentena?

Es importante entender, primero, que las alteraciones emocionales -que pueden llegar a serlo en más de un sentido- en las personas que hasta hace unos días trabajaban, estudiaban, salían…, y ahora deben quedarse en casa por la COVID-19, son completamente normales.

No todos afrontamos igual trastocar nuestras rutinas por cosas nuevas y desconocidas. Algunos experimentamos respuestas favorables y otros, de crisis, con agudas emociones negativas que provocan ansiedad y una ruptura con los referentes que tenemos en la manera de reaccionar en el ajuste al cambio.

Estas últimas surgen si no somos capaces de adaptarnos a las nuevas circunstancias y se sobre dimensionan cuando estas incluyen restricciones en lo que llamamos grupos de apoyo social sobre los cuales descansa la seguridad de las personas para la solución de sus problemas, entiéndase familiares y amigos.

Sumémosle la incertidumbre sobre cuánto durarán las medidas de aislamiento social y cuarentena impuestas por esta enfermedad que irrumpió abruptamente en nuestras vidas y ahora mismo no sabemos cuándo terminará, de modo que debemos ajustarnos a ese horizonte incierto.

La otra modificación significativa de la rutina es la espacial. La casa se ha convertido, por estos días, en el sitio donde se realizan todas las actividades individuales y familiares que antes se compartimentaban en escuelas, centros de trabajo, instalaciones recreativas. ¿Cómo ajustarnos a tan reducido espacio?

El aislamiento impone, además, la confluencia en una misma vivienda de varias generaciones, por lo que deben evitarse comentarios apocalípticos y angustiantes de adultos medianos y jóvenes que afectan a los mayores y a los niños y pueden generar pánico o conductas incorrectas, lo que la Organización Mundial de la Salud acuñó, a propósito de este nuevo virus, como Infodemia.

Por esa razón, aunque es grande la necesidad de saber sobre la pandemia, los tratamientos más efectivos para la enfermedad o la invención de una vacuna, es recomendable escoger el horario del día para informarnos y los medios más adecuados para hacerlo, que siempre serán los oficiales; programar los distanciamientos informativos, y vigilar los consumos de información digital de los más jóvenes.

Otra cara de la crisis al interior de nuestras viviendas es la necesidad de garantizar el sustento familiar y los insumos precisos para garantizar la higiene del hogar y sus miembros.

Cuidarnos, modificar nuestras rutinas de la manera menos traumática posible, es también bueno para la salud de nuestra familia pues el miedo y los propios cambios pueden generar malestares reales.

Los niños, por ejemplo, es posible que manifiesten sueños intranquilos, pérdida del control del esfínter anal o vesical (hacer caca o pipi en los pantalones o cuando están dormidos), y los abuelos pueden retraerse, dejar de comer o pasar muchas horas en la cama- si hablamos de los grupos más vulnerables a estas transformaciones impuestas por la pandemia.

Pueden presentarse, en todas las edades, pensamientos apocalípticos, sensación de que algo muy desagradable nos va a ocurrir, padecer saltos en el estómago, sensación de falta de aire, alteración del sueño y la alimentación, pesadillas, y episodios de ansiedad que en ocasiones llegan a ataques de pánico.

Por eso, es imperioso que la familia trabaje en minimizar las consecuencias negativas, por ejemplo, legitimando en el ambiente hogareño la necesidad de quedarse en casa y del distanciamiento social para preservar la salud individual, familiar y social -esto puede ayudar en la disminución del miedo al convertir a la casa en el refugio familiar.

Habrá que replanificar los planes que teníamos, repartirse las tareas hogareñas, establecer horarios individuales y comunes (para despertar, laborar, estudiar, alimentarse, recrearse), y garantizar que todos los familiares los conozcan y traten de cumplirlos.

Evitar las fricciones intergeneracionales es otro imperativo, incentivar la tolerancia de cada uno de nosotros ante los cambios de humor de nuestros seres queridos, sobre todo hacia los mayores y los niños, e instaurar rutinas de intercambio de afectos, mensajes positivos y otras actividades que fomenten la unidad familiar.

Se habla, en nuestros medios de comunicación, de leer, escuchar música, hacer cosas que en tiempos normales -cuando hay trabajo o estudios por terminar- no son posibles, de practicar ejercicios y técnicas de relajación que pueden realizarse en solitario o en el grupo familiar y que disminuyen la ansiedad: todas son buenas fórmulas.

Comunicarnos, por todos los medios posibles, conversar por teléfono, intercambiar palabras en las redes sociales -tan de moda- con amigos o familiares a quienes no podemos ver: Acortar las distancias, a fin de cuentas, el distanciamiento puede ser físico, no necesariamente tiene que ser social.

MSc. Gladys Ivette Maynard Bermúdez
Miembro de la Junta de Gobierno de la Sociedad Cubana de Psicología de la Salud

Fuente: Periódico Venceremos

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