Cuando la voluntad entra a zona roja

Apenas unas pocas horas antes de la partida, la madre de Alfredo Rasua Blanco se enteró de que su joven hijo, estudiante de Medicina, se iba a desafiar el peligro en la Universidad de Ciencias Médicas (UCM) de Guantánamo, donde se habilitarían áreas de la residencia para atender a pacientes positivos y sospechosos del SARS-CoV-2.

Él ya había tomado la decisión, sin titubear, cuando se lo pidieron. Ni siquiera necesitó consultarlo con alguien más que con su propia voluntad, y esta le dijo que sí, era suficiente.

“Recuerdo que ese día llegué un poco tarde a casa, mi mamá ya dormía. Le hablé al oído y le susurré que me habían solicitado trabajar en la escuela, en el enfrentamiento a la pandemia, y había dado mi disposición. Ella me apoyó, a esa hora me ayudó a preparar el maletín con lo que necesitaba, nos acostamos a las tres de la mañana asegurando todo”, recuerda.

El número de contagios en Guantánamo se incrementaba significativamente en enero, la provincia ampliaba sus capacidades de ingreso. En la UCM un grupo de estudiantes se sumaban a una tarea que marcaría sus memorias eternamente. La decisión de Alfredo llevaba una mezcla de su fe y compromiso profesional:

“Yo soy cristiano, estoy llamado a ayudar al prójimo, y aunque no asumiría labores propiamente médicas, sabía que habría pacientes necesitados de nuestro apoyo, además del personal de Salud. Como joven cubano estudiante de Medicina, sentía que debía estar allí”.

Lo que era un área de beca, de repente se transformó en hospital de campaña. La pandemia entraría camuflada en muchos cuerpos, sacarla de la vida de esas personas sería una batalla entre esos espacios cuyo cambio de rostro llevó también el esfuerzo del joven estudiante y sus compañeros, quienes organizaron las áreas hasta dejarlas listas para recibir a los pacientes.

“Un virus no se combate con miedo”, esa frase permanece en la memoria de Rasua Blanco, pues fue la advertencia de uno de sus educadores, acompañada de varios consejos. Día a día la misión comenzaba por desterrar el sueño desde las cinco de la mañana.

“Había un profesor que nos despertaba de una forma singular, tocaba la puerta varias veces y decía repetidamente: ¡de pie, de pie, de pie…! A ello se unía igual frase desde un programa radial que oía temprano una de las pantristas.

“Después del aseo íbamos a un área a vestirnos con la indumentaria correspondiente. Era un proceso riguroso, lavábamos la suela de los zapatos, esa ropa no debía tocar el suelo. Nos informábamos de la cantidad de pacientes y distribuíamos el trabajo.

En acción

La alimentación de los positivos, así como del personal médico, pasaba por el esfuerzo y los múltiples pasos de Alfredo Rasua junto a sus colegas. Desandar por zona roja entre el virus era un rutina, tal vez sencilla a la vista de algunos, pero subir y bajar escaleras constantemente, y la estricta precaución para mantenerse alejado de la posibilidad de contagio, le restaban a ese diarismo cualquier grado de simplicidad.

“Alrededor de las siete de la mañana trasladábamos el desayuno. Aparte de este, eran tres meriendas diarias, más almuerzo y comida. Al principio demorábamos un poco, pues no poseíamos tanta presteza, incluía subir hasta un tercer piso, luego ganamos un poco de habilidad e ideamos iniciativas entre nosotros para agilizar el proceso.

“Teníamos que estar pendientes a quienes llevaban merienda diferenciada, ya que había diabéticos, hipertensos, también personas con bajo peso con dieta reforzada. Todo ello implicaba responsabilidad para que cada cual recibiera la atención necesaria”, detalla el guantanamero que con apenas 22 años no vaciló en verle la cara diariamente a un virus cuyo apetito ha arrebatado más de 2 millones de vida en todo el planeta.

A jornadas de trabajo de hasta 14 horas se entregaron este y otros jóvenes. Los estrictos protocolos pactados con la prevención alargaban algunos procesos para anular todo lo que pudiera implicar contagios entre esos espacios, donde también fungían como mensajeros y recuerda:

“Luego de que los pacientes se alimentaban, había que eliminar los restos de comida de las bandejas, en unos depósitos habilitados para ello. De ahí se introducían por media hora en un recipiente con agua clorada para posteriormente fregarlas”.

Allí Alfredo comprobó los impredecibles caprichos del SARS-CoV-2, cuando de repente entre los pacientes encontró profesores, amigos… personas muy cercanas que cayeron en la red del virus.

No niega las tensiones, el agotamiento de las jornadas… pero afirma que la voluntad le ganó a todo eso. El precio del sacrificio más que cansancio le dejó lecciones y una alianza que todos se llevan como tesoro colectivo.

“Acá conocimos procederes del enfrentamiento a la pandemia, la forma de vestirnos para protegernos, los medicamentos de primera línea empleados para combatirla, así como la manera de administrar el Interferón, la dosificación.

“Creamos entre todos los compañeros de trabajo un vínculo muy fuerte. Decimos que somos la familia COVID, por la manera tan especial en que nos compenetramos. Creo que será muy difícil que se rompa esa relación tan estrecha u olvidar algún día todo esto”.

Experiencias compartidas sobre el día a día alimentaban pláticas nocturnas. La cotidianidad cosechaba la satisfacción por sentirse parte de una batalla sanitaria histórica, de los resultados, del agradecimiento, y de ser parte de los estudiantes universitarios de la provincia que pusieron la voluntad en zona roja.

Fuente: Periódico Venceremos

0 0 Votos
Article Rating
Deja tu reacción
1
Suscribirse
Notifícame de
guest
0 Comments
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios
0
Me encantaría tu opinión, por favor comenta.x
()
x